jueves, 1 de octubre de 2009

Según lo que hemos platicado respecto de los problemas que nos aquejan como pensadores, estudiantes de filosofía, trabajadores y habitantes de este planeta; yo veo los siguientes tres ejes:
1) ¿Cómo estudiamos?
En una relación unilateral libro-lector, maestro-alumno, donde el saber lo detenta el primer elemento y lo transfiere al segundo, incluso en una relación libro-maestro-alumno. ¿A quién no le han dicho que para hacer filosofía necesita haber rumiado el corpus de la tradición? Sólo quien tiene detrás una biblioteca selecta está autorizado para hablar, y este papel es el que encarna el maestro cuando dicta cátedra, es decir, funciona como el sacerdote que conoce los secretos de las sagradas escrituras y dosifica a la grey pequeños destellos de verdad. Los alumnos nos encontramos entonces en el peldaño mas bajo de la escala del saber, una escala piramidal donde no sirve de nada escuchar o leer a los que están en el mismo nivel; por el contrario, mientras más los ignoremos, más cátedras tomemos y más libros leamos, habremos subido un peldaño, y con la altura ganada, los miraremos como inferiores. Según esta lógica piramidal, mientras más lees perteneces a un grupo cada vez más reducido, que tiene bajo sus pies a un mayor número de ignorantes. El camino a la verdad se basa en aplastar cabezas, en la competencia y el desprecio a los compañeros. Esta lógica está de fondo en la evaluación que hacen las instituciones educativas y de investigación sobre el trabajo del estudiante, que toma en cuenta las distinciones, los premios, las becas, los rasgos sobresalientes, en fin, el sistema de medallitas, el cual, lejos de promover las diferencias, impone un criterio nivelador, homogéno y hegemónico.
2) ¿Qué estudiamos?
Los libros que se encuentran en la cúspide de la piramide, el manantial de la verdad, son los que han producido las sociedades imperiales a lo largo de la historia, ya sea porque son los únicos que no fueron destruidos, o simplemente por el monopolio cultural que siempre han procurado los grupos dominantes. Las fuentes de la filosofía son entonces los textos griegos, latinos, europeos y norteamericanos. Hay, por un lado, herederos directos de estas fuentes que siguen creando filosofía, y hay, por el otro, lectores, comentaristas y estudiosos advenedizos que nunca podrán hacer otra cosa que orbitar en torno a la fuente inaccesible, en principio, por no tener la lengua materna de los iniciados. Estudiamos libros, libros traducidos, que nos descubren una verdad tan universal como prohibida para los que no pertenecemos a la etnia, a tal o cual escuela de filosofía, o incluso a la misma mente del autor consagrado. Por eso seguimos estudiando libros, libros para descifrar libros, conceptos, términos. Por eso debemos alejarnos del mundanal ruido de nuestros barrios, de la calle, del trabajo, de la familia y los amigos, pues mientras más borremos nuestra circunstancia tercermundista, más nos acercaremos a la universalidad helena, latina, francesa, alemana, anglosajona, etc.
Sin embargo, sabemos que algo tiene lugar más allá del cerco de la academia y su quehacer cultural colonizador, sabemos que hay otros, que en los márgenes, difuminando los límites de la vastísima base de la piramide, no comentan la filosofía, no leen libros, no hablan en cristiano, vaya, ni siquiera se puede nombrar qué es lo que hacen, si es pensamiento, sabiduría o superstición; y lo sabemos porque palpita en nosotros, en la imposibilidad de borrar el tiempo y el lugar en que nos tocó vivir, la imposibilidad de borrar nuestra circunstancia, nuestra finitud.
Se trata entonces de escuchar e interrogar el contexto en que vivimos, devolverle la potencia del pensamiento que permite comunicar, imaginar posibles, dinamizar la realidad; a riesgo, es cierto, de no hacer "la filosofía", que de todas formas no íbamos a poder hacer, si es que tal cosa existe.
3) ¿De qué vive o trabaja un filósofo?
Según lo dicho en los dos puntos anteriores, el estudiante de filosofía puede buscar ganarse la vida como maestro o investigador, esmerandose en ser el más sobresaliente de su grupo, invirtiendo todo su tiempo en la acumulación de lecturas y la maquila de ponencias, y cuidando de no perderlo en discusiones vanas con otros compañeros. Pero lo más importante será siempre ligarse con algún profesor o grupo influyente, (que en muchos casos no es sinónimo de brillante), el cual le abrirá el camino de las medallas y las becas hasta la plaza de tiempo completo. Hasta ahora éste es el único camino que existe para que el filósofo pueda vivir de la actividad que es su vocación, y en este camino andamos mal que bien, compitiendo entre nosotros, alegrándonos cuando el rival desfallece, y procurando que cada vez claudiquen más debido a la muy escasa oferta laboral.
El otro camino es apenas un trazo fragil en la fantasía de algunos, que en cualquier momento es abandonado por las exigencias que plantea el primer camino. En todo caso, se trataría de poder vivir o trabajar pensando lo que se ha llamado los "saberes locales", las nociones que operan en las prácticas cotidianas con quienes habitan en estas circunstancias. Poder vivir pensando con otros, y no por otros o sobre otros, sin exclusión ni compentencia, es decir, sustituyendo la lógica piramidal del saber por un horizonte ilimitado de diferencias.

Bueno, eso es todo por hoy, creo que ya me excedí. Un saludo

No hay comentarios: