martes, 20 de octubre de 2009

¿Para qué hablar más de filosofía?



Desde hace más de un siglo se habla sobre el problema, y aquí estamos, discutiendo todavía la legitimidad de la filosofía y la necesidad de que se la considere socialmente para resolver los problemas que enfrenta el mundo contemporáneo. ¿Es que todos los discursos que durante más de dos siglos se han vertido sobre el tema no han servido de nada? ¿Es que la filosofía realmente ha llegado a su etapa final, en la que será sustituida por el conocimiento más útil de otras disciplinas? ¿Es que los filósofos no han sabido hacer valer su propio pensamiento, perdiéndose en teorías y discusiones vanas? No creo que alguien pueda responder a estas preguntas con una simple afirmación: así es, estas son las consecuencias de un conocimiento que siempre ha vivido en la falsa creencia de que era conocimiento. No. La tinta de los más grandes filósofos de los últimos siglos no ha corrido inútilmente sobre el papel. La filosofía tiene una base sólida que, más allá de cualquier teoría, garantiza su permanencia en el mundo. Ya lo han dicho muchos: la filosofía morirá con el ser humano.
Pero, entonces, ¿por qué seguimos discutiendo sobre la filosofía? ¿Es que hemos llegado a una manía persecutoria, que no es sino el síntoma de que la profesión que elegimos está enferma y en su etapa terminal? Quizás, pero eso no resuelve la cuestión. ¿Acaso los intentos de justificar esta disciplina han errado y todo ha sido en vano? Pero los que se acerquen a dichos intentos podrán darse cuenta de que no es así. Desde diferentes perspectivas, la filosofía ha sido bien fundamentada. ¿Acaso la filosofía es una actividad inútil? No, porque la religión, el arte y el resto de los saberes que no sean técnicos, tecnológicos o científicos, perderían su derecho a existir. ¿Acaso ha hecho falta una estrategia para llevar el pensamiento filosófico a los problemas fundamentales de la sociedad contemporánea? No, pues desde que existe la filosofía (y hablo de la verdadera filosofía, no de la filosofía académica restringida a la repetición y a las demás nimiedades) ha partido de problemas concretos. Durante el siglo XX no se dejó de insistir en que la filosofía tenía que partir de problemas, en lugar del repaso de autores, libros o maestros.
Entonces, ¿cuál es el problema con la filosofía? El problema es complejo, pues no tiene una sola respuesta. Simplifiquemos. En principio, al igual que el arte, la filosofía ha tenido que adaptarse al largo proceso histórico en el que se fue separando de áreas de la realidad de las que tradicionalmente se ocupaba. Este no es un caso aislado. El mismo problema lo enfrentan las grandes dimensiones del ser humano: el arte, la política, la ciencia (en general), la religión. ¿Cuál de estas dimensiones (porque son más que sólo disciplinas) no se pregunta por el sentido de su existencia? ¿Cuál de ellas no ha vivido una crisis en el mundo contemporáneo, donde los procesos se aceleran a una velocidad incomparablemente más alta que en épocas anteriores y han tenido que adaptarse a los cambios radicales de los que han sido testigos? Desde esta perspectiva, no podemos comparar la filosofía con las matemáticas, quizás debamos hacerlo con la ciencia. Habrá quien objete que no hay ciencia, sino ciencias, o que incluso la filosofía misma es una ciencia y por tanto es contradictorio hablar de una dimensión que está subsumida por otra. Pero no es el propósito discutir aquí estas cuestiones. El hecho es que la filosofía ha vivido un proceso histórico donde ha sido necesario replantearse su sentido, sus límites y sus posibilidades, como un trabajo crítico o autocrítico semejante al que vive, por ejemplo, el arte.
La cuestión está en que los mismos filósofos (o simplemente, las personas que la estudian como profesionales) no se han dado cuenta de que esa labor crítica ya fue hecha. No es preciso hacer más teorías sobre la filosofía. La ciencia no la desplazará, ni los gobiernos o las instituciones podrán aniquilarla. Su existencia, por decirlo de alguna manera, está bajo resguardo. El problema no es, pues, ni su lugar en el mundo, ni su objeto de estudio, ni sus métodos. Tampoco lo son las malas intenciones de quienes se oponen a ella. El problema es, dejémoslo claro, el sistema del cual forma parte. Ese sistema no es algo ajeno a la filosofía. Lo conforman todos aquellos que se dedican a su ejercicio, pero no sólo ellos, también las instituciones, las políticas, las estructuras, los intereses, y en general, los factores concretos que dan forma a nuestra sociedad y a nuestra nación (hablo de México, pero se extiende al resto de los países del mundo). Sin embargo, aunque se trate de un sistema con numerosos participantes, el lugar que ocupe la filosofía no está determinado solamente por aquel lugar que le asignó el resto, sino por el que la misma filosofía ha conquistado.
Esto apunta hacia una crítica de los que hacen la filosofía. De entrada, esto carece de novedad. Ya se ha hablado mucho también de la verdadera filosofía. El problema es que, por lo general, cuando se ha hecho, ha sido en términos del pensamiento teórico. ¿Es la filosofía legítima desde el punto de vista del conocimiento, la teoría o el pensamiento? ¿Cómo debe ser el verdadero pensamiento filosófico? ¿Qué es el pensamiento filosófico? Estos son cuestionamientos a los que se han dado múltiples respuestas y sobre los cuales es importante seguir reflexionando, pero que sólo son relevantes para los mismos filósofos.
Entonces, ¿cuál será el sentido de esa crítica? Respondamos: la práctica de la filosofía y su estrategia. Esto significa que la solución a algunas de estas cuestiones está en que adquieran otro sentido. Siempre se las responde desde el punto de vista de la reflexión, esto es, del contenido de la filosofía, pero rara vez se las aborda desde el punto de vista de actividad práctica. No se trata, como diría Marx, de transformar el mundo, pues no somos tan ignorantes de nuestras determinaciones (como diría Hegel). No obstante, es necesario replantear de una manera crítica las posibilidades de la actividad filosófica en la sociedad. Hay numerosos ejemplos de esto, desde Platón hasta Russell, desde la enseñanza de la filosofía en cárceles hasta las universidades populares.
Dejemos de hablar de filosofía. El pensamiento filosófico existe, llevémoslo al mundo, a la sociedad.
Comencemos.

Por Tirso

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